La Cámara de Diputados aprobó, ayer, por mayoría el Proyecto de Ley 490/2007, que establece que las tierras reservadas a las comunidades originarias deben restringirse a aquellas ocupadas por indígenas al momento de la promulgación de la Constitución vigente, en 1988.
El plan de exterminio se ha reconfigurado una y otra vez para adaptarse a los distintos contextos culturales y políticos del país. En la historia reciente, la políticas antiindígenas de Jair Bolsonaro y la pandemia de Covid-19 han vuelto a poner en debate la necesidad de descolonizar el delito de genocidio. Esta categoría jurídica presenta el desafío probatorio del elemento subjetivo de dolo, es decir, que existió la intención de destruir, total o parcialmente a los pueblos indígenas de Brasil.
Ante los crímenes recientes contra los pueblos indígenas de Brasil, es necesario poner el foco de atención en la sistematicidad y en la sólida estructura de intereses e impunidad que los fomentan y los sostienen. En este marco, es necesario hablar del pasado, de las prácticas genocidas y desarrollar políticas de reparación, pero también hay que asegurar lo esencial para que los pueblos indígenas puedan florecer. Los discursos de desprecio contra las vidas de los indígenas, como los de Jair Bolsonaro, llegaron para quedarse y ante este nuevo frente de conflicto, la impunidad debe ser socialmente insoportable.
En las últimas décadas, el pueblo de la Amazonía brasileña perdió la tranquilidad que le brindaba la selva. La minería ilegal del oro es el principal factor que afecta su vida social, su cultura y su bienestar. Los garimpeiros saquean sus recursos naturales, contaminan sus ríos con mercurio y transmiten enfermedades como la malaria y la tuberculosis. Con la homologación de la Tierra Indígena Yanomami en 1992, el territorio vivió un interludio de tranquilidad hasta la llegada al poder de Jair Bolsonaro. El nuevo presidente, Lula da Silva, prometió que la minería ilegal no existirá más, pero el pasado siguen repitiéndose en el presente.
El pueblo Aché habitó durante siglos las extensas selvas orientales del Paraguay. Su historia está marcada por la sangre, el fuego y el despojo. La vida de Kryýgi no escapó a esta dinámica: tras asesinar a su familia, la denominaron Damiana, fue obligada a trabajar como criada y luego llevada a la Argentina. Con la llegada a la adolescencia, fue internada en un hospital neuropsiquiátrico donde murió de tuberculosis. El destino de su restos no fue el mejor. Mientras su esqueleto se perdió en el Museo de la Plata, su cráneo terminó en una universidad alemana. Un siglo después, el pueblo Aché logró restituir su cuerpo y devolverlo a la selva de donde nunca debió salir.
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